Egipto, otra guerra perdida

 
En la llamada Guerra de los Seis Días, de junio de 1967, Israel se enfrentó a una coalición árabe, liderada por Egipto con la participación de Jordania, Irak y Siria. Sería una gran derrota para el mundo árabe, que nunca han podido olvidar. Con la llegada al poder en Egipto de los Hermanos Musulmanes, lo primero que planteó Morsi, fue recuperar el honor perdido de los musulmanes. Su estrategia prioritaria, cuando fuera posible, era atacar y vencer a Israel.

Quería demostrar al mundo, y a los árabes en particular, la gran potencia militar que era Egipto bajo el liderazgo de los Hermanos musulmanes. Destruir a los enemigos sionistas, conquistar Jerusalén y echar a los judíos al mar, sería el broche de oro de su entronización faraónica. Sabiendo que su plan era imposible sin otra “coalición” de ebrios islamistas, pactó en secreto con Hamás de Gaza y otros grupos afines.
 
 Los Hermanos Musulmanes y Hamás serían oficialmente, pero de forma clandestina, un solo grupo de árabes unidos contra Israel. Nada les pararía y lo primero era poner en tela de juicio el Tratado de Paz con Israel, aun sabiendo que había sido un mecanismo por el cual recuperaron la Península del Sinaí, perdida en la ya mencionada Guerra de los Seis Días. Desde que tomaron el poder los Hermanos Musulmanes usaron el Sinaí como puente para llevar todo tipo de armamento a Gaza. El tratado de paz con Israel se estaba resquebrajando en la práctica, aunque no se renunciara a dicho tratado de forma oficial. Conocedor el ejército egipcio del peligro que suponía, para su propio cuerpo militar, el continuo trasiego de armas y de terroristas islámicos, plantó cara a la situación. Hay que tener en cuenta, que no lo hizo tanto por mantener el tratado de paz, sino para mantenerse con vida, ante una más que segura guerra con Israel. Una guerra con el moderno Israel, es lo último que desea la mayoría en el ejército egipcio.
 
Morsi estaba poniendo en juego la supervivencia literal del ejército y la buena vida de privilegios que Mubarak les había otorgado. No estaban dispuestos a correr tan peligroso riesgo. Lejos de entenderlo así los Hermanos Musulmanes de Morsi, asesinaron a varios soldados egipcios en su loca carrera contra Israel. Fue la gota que colmó el vaso del ejército. De forma silenciosa pero decidida, acabaron con el peligroso experimento de islamizar, más de lo que está, la sociedad egipcia. La caída en picado de la economía, el miedo lógico a otra guerra, la presión de Estados Unidos y la clara amenaza de intervención de las Fuerzas Armadas de Israel, devolvieron a la realidad a los militares egipcios que decidieron cortar por lo sano, el proyecto de los Hermanos Musulmanes.
 
Tomar el poder y destituir a Morsi, era y sigue siendo un riesgo menor, comparado con la amenaza de una guerra con Israel, que sería está vez una pérdida inimaginable para Egipto y sus fuerzas armadas. Morsi tiene envenenada la sangre, como otros muchos “insignes” egipcios con la idea de ser los primeros en recuperar el esplendor faraónico de poder ilimitado, que sus ancestros acapararon. Los islamistas Hermanos Musulmanes vieron en Morsi el prototipo de faraón que odiaba a los judíos, hasta el punto de aniquilarlos. Nunca pensaron en la miseria, el hambre y la falta de servicios básicos, de los cuales carece la mayoría de sus conciudadanos.

 El odio a Israel es más fuerte que el amor a su propio pueblo, consigna no escrita, pero trasmitida de generación a generación, como una especie de ley oral antijudía. Egipto ha perdido otra guerra con Israel, esta vez antes de empezarla. Por una vez, y sin que sirva de precedente, el ejército egipcio, ha sido consecuente con sus miedos y ha preferido quitar a Morsi del poder, que suicidarse en una hipotética guerra contra Israel. Mejor para todos.
 

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