El valioso contenido del interior del Arca


La serie que empezamos hace unas semanas nos ha traído hasta este momento, de máxima expectación, en el cual analizaremos el contenido del Arca del Pacto. 

El Arca era valiosa en sí misma y valiosa por su contenido. La vida de los seres humanos, al igual que el Arca del Pacto, es valiosa en sí misma, por el hecho de ser personas, y valiosa por lo que guardan en su interior. La Escritura nos enseña que la boca habla, de lo que hay en el corazón. De un corazón limpio saldrán, por la boca, unas expresiones limpias y unas actitudes sanas acordes a lo que decimos representar. Lamentablemente no siempre concuerda lo que parecemos, en el plano externo, con lo que realmente somos en nuestro interior.

“…el Arca del Pacto cubierta de oro por todas partes, en la que había una urna de oro que contenía el Maná, la Vara de Aarón que reverdeció y las Tablas del Pacto...” (Heb. 9.4)

El Arca contenía una urna de oro con una porción de Maná. El alimento del Cielo con el cual se preparaba un pan especial, para cada día. Dios siempre provee lo necesario, esa es la verdadera riqueza, aunque no siempre somos agradecidos con las bendiciones que inmerecidamente recibimos. En lo exterior pudiera ser que aparentemos gratitud, por medio de grandilocuentes palabras y grandes alabanzas al Creador. Unas expresiones que bien pudieran salir de una mente terrenal y calculadora. Dios nos libre de tales actitudes.


El Maná que todos recogieron, solo a algunos se les agusanó, por no seguir la directriz de Dios en relación a la cantidad que debían recoger, entre otras cosas. El Día de Reposo no se recogía. La Norma o el Mandamiento era recoger el día anterior una doble porción de Maná, para que fuera suficiente cantidad para dos días. 

No todos tenían la confianza, la fe y la capacidad de obedecer las Órdenes del Cielo. Algunos, con una más que posible apariencia de gente espiritual, contravenían la voluntad del Cielo. Lo que parecían y lo que eran chocaba en su interior de tal manera, que llegaron a perder toda bendición. Muchos, tal vez, podrían ser engañados con nuestra aparente espiritualidad, pero Dios sabe lo que aparentamos ser, lo que realmente somos y lo que dejamos de ser.


La gratitud es el distintivo más evidente de un sincero creyente, que dice y hace lo que debe. Un sincero creyente que sabe lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer. Un verdadero hombre y una verdadera mujer que no están pensando en engordar su ego adornándose, con joyas y costosas ropas. Un tipo de creyente que busca alimentarse de fidelidad, compromiso y gratitud, para con Dios y sus semejantes. La gratitud cierra muchas heridas, por muy profundas que sean, y repone las fuerzas perdidas en el transcurso de la vida.

El Maná espiritual, del cual nos podríamos alimentar, está compuesto de gratitud y sensata obediencia. La mejor forma de fortalecer nuestro cuerpo espiritual está relacionada con disposición de corazón a la obediencia, la sujeción y el debido respeto a nuestros mayores en la fe. No hablamos de una ciega obediencia sino de una disposición sincera a evaluar las directrices que recibimos, para nuestro mayor aprovechamiento y crecimiento espiritual. Un tipo de obediencia basada en el respeto a Dios, a su Pueblo y a cuantos se dedican a la enseñanza, a la motivación y al entrenamiento de nuestra conciencia, en el Camino a la Vida Eterna.

“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1ª Tim. 5.17)

Aquellos que han experimentado la bendición del Cielo, tanto en la espiritual y en lo material, deberían estar apercibidos de su responsabilidad y deber de rendir reconocimiento a cuantos se esfuerzan, por guiarles en la fe. Las rebeliones, una forma de desnutrición espiritual muy dañina, a las cuales se enfrentó Moshé, ralentizaron la marcha por el desierto, de forma dramática. El Maná no faltaba, pero la bendición menguaba y escaseaba. En el desierto no faltó el pan o Maná, pero faltó gratitud, obediencia y el respeto debido a los que los guiaban.



Los creyentes deben ser y parecer la misma cosa. No es suficiente con guardar las apariencias y las formas exteriores. El servicio a Dios exige genuina disposición de corazón, a servir en el Reino de Dios. La boca siempre hablará de lo que llena el corazón. Cuando en nuestros adentros llevamos la Buena Semilla de la Palabra de Dios se pondrá de relieve, se manifestará a todas luces, que estamos dispuestos a servir a Dios y a nuestros semejantes. 

El Maná está en la mesa, pero antes de comer debemos lavar nuestras manos. Todo rastro de falta de gratitud, rebelión y falta de respeto deben desaparecer. No esperemos a que escasee el Maná de la bendición, para clamar al Cielo. No esperemos a que venga el tiempo del llanto y el crujir de dientes. Hoy es el tiempo apropiado de alimentarnos del Buen Maná, que el Cielo nos envía.

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