Victorias compartidas

Las verdaderas victorias, sean las que sean, siempre son el resultado de un trabajo en conjunto bajo los Principios ya conocidos como los Intereses Comunes y Comunitarios.

Todo triunfo, victoria, conquista, objetivo o meta alcanzado son el resultado de un esfuerzo en común. No deberíamos atribuirnos triunfos o victorias a nosotros mismos sino a todos los que han participado y luchado junto con nosotros. Nunca nos olvidemos de los que han cooperado con nuestra victoria, pues en realidad son parte de ella. La Escritura así lo enseña.

“Dijo, pues, Jonatán a su paje de armas: Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizá haga algo Dios por nosotros, pues no es difícil para Dios dar la victoria, sea con muchos o con pocos. Su paje de armas le respondió: Haz todo lo que tu corazón te dicte; ve, pues aquí estoy a tu disposición” 1º Samuel 14.6–7

Una figura muy importante en la vida de Davíd fue Jonatán, hijo de Saúl y valeroso guerrero, que pacto con él, para serle fiel incluso en contra de la voluntad de su padre el mencionado rey Saúl. Una amistad pactada ante Dios que pudo resistir el embate mortal del rey Saúl contra David. Unos lazos espirituales establecidos por el Cielo, cómo señalamos anteriormente, que son más fuertes que los lazos sanguíneos. Quisiera volver a recordar el conocido pasaje de Eclesiastés 4.12 que dice así: “A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten, pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

El tripe cordón David, Jonatán y Mical, hermana de Jonatán y esposa de David, no pudo ser roto o cortado por Saúl. El uno, que prevalecía contra el otro, bien podría ser Saúl deseando matar a David, pero dos resistieron al primero. Mical y Jonatán, hijos de Saúl, resistieron junto con David, el tercer doblez de un fuerte cordón y vencieron. Las victorias siempre son compartidas. El agradecimiento no solo consiste en buenas palabras sino en hechos contrastados y contrastables, que demuestren nuestro compromiso con otros.

Las victorias individuales no existen en realidad, pues siempre detrás de una persona hay otras que le apoyan, animan y sostienen. Las formas de ayudar a otros son muchas, pero todas empiezan por un compromiso mutuo. El entrenador de un nadador, por citar un solo ejemplo, no se mete en el agua con su pupilo, pero sin sus directrices no podría llegar a la victoria. Todos necesitamos de los demás y especialmente de aquellos que se comprometen delante de Dios, a defender nuestra vida y sustentarla.

“Jonatán hijo de Saúl se levantó y vino adonde estaba David, en Hores, y lo reconfortó en Dios diciéndole: No temas, pues no te hallará la mano de Saúl, mi padre; tú reinarás sobre Israel y yo seré tu segundo. Hasta mi padre Saúl lo sabe. Ambos hicieron un pacto delante de Dios; David se quedó en Hores y Jonatán se volvió a su casa” 1º Samuel 23.16–18

No somos artífices de los triunfos que alcanzamos sino colaboradores de una victoria colectiva alcanzada con el esfuerzo en común de todos. En el servicio a Dios no trabajamos individualmente sino congregacionalmente. Todos nosotros somos ovejas de un mismo rebaño. Las ovejas necesitan al pastor y el pastor necesita a las ovejas. Un tándem que se ayuda y que permite la prosperidad de todo el rebaño incluida la del pastor. Todos nosotros tenemos que conocer y reconocer el esfuerzo común del equipo. La mayor victoria personal que podemos alcanzar es reconocer que necesitamos de los demás. El yo dejará lugar al nosotros y las victorias compartidas nos dan fuerzas a todos.


Una frase que hemos utilizado muchas veces es que soy lo que soy porque estoy con quién estoy. No soy yo, ni eres tú, sino que somos nosotros. Qué nunca se nos olvide el sentido de Comunidad, Congregación, Pueblo o Familia de Dios que somos y compartimos. La esperanza de sobrevivir a las dificultades propias de la vida está en formar una familia cohesionada y unida, por medio del Señor. Los avatares de este mundo no podrán romper el triple cordón de la bendición que representa la unidad entre nosotros y Dios.

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. Romanos 8.31–33

No hay en realidad triunfos personales sino victorias compartidas que deben ser reconocidas por todos. La victoria está asegurada pues “somos más que vencedores” por medio de Aquel que nos rescató de nuestra vana manera de vivir y forjó lazos espirituales de fe, que nos mantienen juntos aun en la distancia. El miedo al futuro solo sería entendible si estuviéramos solos y desamparados, pero no es nuestro caso. La victoria que hemos experimentado, por las muchas cosas que el Cielo ha hecho entre nosotros como Familia de Fe nos hace fuertes, valientes y comprometidos los unos con los otros. El individualista suele exclamar ¡Dios mío! El comprometido suele exclamar ¡Padre nuestro o Dios de nuestros padres! Una notable diferencia pues siempre “nuestro” es mejor que “mío”.

En la Familia de Fe somos lo que debemos ser, si estamos compartiendo victorias e incluso derrotas. Un cuerpo unido con los mismos Intereses Comunes y Comunitarios, el cordón de tres dobleces, no se rompe fácilmente. Si mantenemos la fidelidad al Señor, el compromiso mutuo como Familia de Fe y la lectura diaria de la Escritura seremos más que vencedores.  La victoria será la que nos espere y no nosotros a la victoria. Una victoria compartida y repartida con los demás, para que nadie diga que siempre nos quedamos con los mejor.



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