Un poco de compasión por favor
En estos tiempos convulsos y violentos la falta de compasión
hacia el prójimo se ha convertido, en una pandemia de alcance mundial. Nos
hemos acostumbrado a ver sufrir a los demás de tal manera, que la realidad nos
parece una película y las películas nos parecen la realidad.
Los medios de
comunicación nos muestran a diario escenas del sufrimiento humano y mientras
estamos sentados en el sofá suspiramos y decimos, que pena. La empatía con los
que sufren se ha vuelto apática y ya no sentimos, ni padecemos, ante tanto
dolor y muerte del prójimo y del próximo. Tener miedo es humano tanto como la
falta de compasión es inhumana.
Todo parece indicar que los humanos nos hemos convertido en
máquinas de exaltación del ego. Nos mostramos orgullosos de los avances
científicos, que son espectaculares, pero carecemos de la compasión necesaria
para llorar con el que llora. Las lágrimas nos asustan, nos incomodan y
evitamos encontrarnos de frente con el sufrimiento de los demás. Hemos llegado
a pensar que con hacer alguna que otra cosa buena nos convertimos en buenas y
honradas personas. Hacer buenas cosas no garantiza que seamos buenos tan solo
que aún nos queda un cierto grado de conciencia o un evidente complejo de
culpabilidad, por no hacer todo lo que podríamos hacer por los demás.
Las motivaciones para hacer algo, a modo de limosna
emocional por los demás, pueden estar basadas en el orgullo personal y no en la
verdadera compasión. Queremos justificarnos y buscamos la forma de decirnos, que
somos buenos. Nos engañamos a nosotros mismos cuando nos creemos mejores que
los demás, por dar ropa usada que no usamos y comida caducada que no comemos.
No es que seamos buenos es que hacemos limpieza de los armarios y alacenas de
nuestras casas.
Los armarios emocionales están vacíos de compasión, empatía,
sinceridad y amor, por eso no podemos dar lo que no tenemos. Hemos llenado los
armarios del alma con cosas materiales y olvidado dejar sitio para las cosas
espirituales, que son las que verdaderamente nos visten. La realidad es que somos
pobres espirituales, pero ricos en cosas vanas e inservibles, que
orgullosamente exhibimos ante los demás.
La compasión se ha debilitado de tal forma, que nos hemos
olvidado del prójimo y del próximo, aquel que está más cerca de nosotros. Ya no
sentimos compasión de los que están lejos, pero lo más grave es que tampoco
sentimos compasión por los que están más cerca. Somos incongruentes cuando
queremos ayudar a los que no conocemos, que es mucho más fácil y no requiere
compromiso, y nos olvidamos de los que tenemos al lado. Nos gusta que se
preocupen de nosotros, pero nosotros no nos preocupamos de las necesidades de
los que están cerca.
Muchas veces nos comprometemos y no cumplimos. La palabra
dada es una promesa que requiere ser cumplida, para que nuestro buen nombre no
sea manchado ni en la tierra y ni en el Cielo. El compromiso adquirido con los
demás muchas veces es sustituido por decisiones que solo pretenden descargarnos
de nuestra responsabilidad. Una vez que nos hemos comprometido con alguien
estamos obligados a cumplir con nuestros compromisos y responsabilidades
adquiridas. La Ley del Cielo así lo demanda y nos demandará.
La compasión no es un objeto que podemos intercambiar por
otra cosa. La compasión es un bien espiritual, que debe producir buenos y
abundantes frutos. La compasión primero se ejerce en casa a modo de enseñanza y
ejemplo para nuestros hijos ¿Cómo van a sentir compasión nuestros hijos sino la
aprenden en casa? Luego cuando sean adultos no nos quejemos sino saben
compadecerse del prójimo, pero lo peor es que tampoco sabrán compadecerse de nosotros
mismos. Lo que sembremos en el corazón de nuestros hijos en el presente es lo
que recogeremos en el futuro.
Un poco de compasión por favor, que el mundo se
está desmoronando y se nos va a caer encima. A modo de conclusión déjeme
decirles que sentir pasión es un deseo emocional por alguna persona, pero que tener
compasión es un deseo espiritual, que alcanza al prójimo y al próximo
¡Apasiónate por ayudar!
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