Claves de la verdadera prosperidad


En esta época, cuando la mayoría cree que termina y empieza un nuevo año, los ritos para traer la prosperidad saturan el ambiente y lo contaminan casi todo. Las supersticiones rituales para atraer la suerte, junto con las consultas adivinatorias del futuro, se repetirán una vez más a nuestro alrededor. 

La oscuridad se extenderá como frio manto invernal, a pesar de las muchas luces que iluminan las calles. Los iluminados Árboles de Navidad son una manifestación más de la oscura ignorancia, que contamina muchas sociedades y familias. El ciclo de la oscuridad seguirá dando vueltas y arrastrando a muchos a las cavernas de la inhumana pobreza espiritual.

Los seres humanos no hemos sido creados, para ser hijos de la ignorancia, de la oscuridad y la consiguiente miseria que conlleva sino para reflejar la Luz del Creador. La oscuridad no puede ocultar la luz por muy pequeña que sea. La realidad es que solo nosotros podemos ocultarnos y pretender pasar desapercibidos, en medio de un mar de dañina ignorancia. Los náufragos de la vida perecen en las oscuras tormentas de la ignorancia de la Verdad ¿Estaremos dispuestos a ser luminosos faros, que guíen sus vidas al buen puerto de la Salvación?

Las claves de la verdadera prosperidad están relacionadas con lo que somos y lo que deberíamos ser. El llamamiento que hemos recibidos, a ser luz del mundo, no lo podemos opacar detrás de la ventana de una mal entendida vergüenza. Somos lo que somos estemos dónde estemos. No podemos ocultar lo que Dios ha hecho con nosotros. El testimonio luminoso de la fe, en nuestras respectivas vidas, no es una opción sino una devoción. La pobreza empieza a llamar a nuestras puertas cuando tratados de ocultar lo que somos. La escasez y la miseria, en el sentido más extenso de la palabra, se apodera de aquellos que reniegan de la responsabilidad que han recibido del Cielo.

La verdadera prosperidad está relacionada con asumir lo que somos y servir con diligencia a nuestro único y Verdadero Dios. La advertencia, por parte del Cielo, a ser diligentes es totalmente clara “Por tanto, guárdate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos” (Deut. 4.9). 

La responsabilidad que tenemos de ser luz empieza en nuestra propia casa, pero no acaba allí. No se trata de ser luz en casa y de pasar desapercibidos fuera de nuestras cuatro paredes. La prosperidad llega a nuestra vida cuando diligentemente, estemos dónde estemos, servimos a Dios iluminando también las vidas de otros.

Los medios para dar luz son muy variados y creativos, pero no es posible aplicarlos si tenemos una vulgar e incoherente vergüenza de manifestar lo que somos a cuantos nos rodean ¿Saben nuestros familiares y amigos lo que somos? Mientras tengamos la poca vergüenza, de tener mucha vergüenza, de manifestar fe de lo que somos estaremos tan perdidos como ellos. No se trata de llevar un cartel luminoso en la solapa, a modo de llamativo anuncio publicitario, diciendo lo que creemos y dejamos de creer sino de irradiar en nuestro rostro y actitud la Luz de Dios.

No hay que forzar las oportunidades de manifestar lo que somos, pero tampoco hay evitarlas y avergonzarse de decir y hacer aquello a lo cual estamos llamados. La luz no se esconde, pero aparentemente y lamentablemente nosotros sí.

La verdadera prosperidad viene del Cielo, para aquellos que con diligencia y cuidadoso trabajo no se avergüenzan ante nadie, sean quienes sean, de la bendita herencia de fe recibida. Servir diligente y cuidadosamente a Dios es la más alta responsabilidad que el Cielo nos puede otorgar. Si no hacemos lo que debemos cuando tenemos fuerzas difícilmente lo haremos cuando perdemos esas mismas fuerzas. Aprovecha bien el tiempo sirviendo con todas tus fuerzas a Dios todos los días de tu vida. Prospera verdaderamente quién sirve en el Reino de Dios ¡Confirmado! 


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