Principios Educativos: Fomentar la lectura y el estudio de la Escritura
La lectura y el estudio de la Biblia no parece ser la preocupación principal de las familias de nuestro entorno, en términos generales. Con honrosas excepciones algunas familias se esfuerzan en leer todos los días con sus hijos la Biblia.
Todas las noches los niños se van a descansar, después de un relajante baño, escuchando la amorosa lectura de la Biblia. Los milagros, prodigios y señales que Dios ha realizado, por medio de mujeres y hombres de fe, motivarán a nuestros pequeños a ser valientes, constantes y dependientes del Cielo. Todo esto si es que les leemos la Biblia y se la enseñamos a leer, en el tiempo que les corresponda.
La imagen de unos padres leyendo cada noche la Biblia a sus hijos, tal vez, sea una idílica postal del pasado, que ha quedado obsoleta por la tablet, ordenadores y demás sofisticados “quita tiempos” que nos hemos regalado y que hemos regalado a nuestros hijos. No estamos negando el valor educativo de los modernos soportes sino señalando, que no pueden, ni deben sustituir a la Biblia, en el clásico formato de libro encuadernado. Gracias al Cielo que el ordenador y la tablet no han matado a los libros al igual que la televisión no mató, en su momento, a la radio. Cada soporte tiene su función, su momento y su finalidad educativa, pero ninguno puede sustituir la funcionalidad del otro.
Leer la Biblia no es una cuestión de soporte físico sino una cuestión de soporte espiritual, que Dios nos provee, para nuestro crecimiento integral. Leer la Biblia es cosa de mayores y de pequeños ¡No, se nos olvide!
En este punto dejarme señalar, que no estamos aquí para formular acusaciones sino para promover sanas reflexiones, que nos ayuden en la maravillosa aventura de instruir a nuestros hijos en la fe. Lo hemos dicho otras veces, como padres tenemos que ser los referentes de nuestros hijos tengan la edad que tengan. El tiempo no perdona y lo que no hagamos hoy será una oportunidad absolutamente perdida en relación a la instrucción familiar. La lectura y el estudio de la Biblia es la única forma espiritual e intelectual de progresar y prosperar en la vida. Sin la lectura de la Biblia no hay cultura, ni bíblica, ni de ningún tipo, que sea meridianamente aceptable.
Las modernas universidades en nuestro país, a las que van o probablemente algún día irán nuestros hijos, se han convertido en una especie de gulag soviéticos de reeducación contra la Biblia, contra la Democracia y contra el Judaísmo. La libertad de expresión y de educación están más amenazadas que nunca. La religión del ego, en forma de corrientes ateístas, han inundado la sociedad de mensajes zafios e incoherentes de marcado carácter antijudío y anticristiano.
El aviso de Martin Niemoller sigue vigente cuando dijo “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada” Qué tampoco esto se nos olvide.
Fomentar la lectura y el estudio de la Escritura es urgente hoy y lo será mucho más mañana. La amenaza fantasma contra la libertad en la educación no es una película de la saga de la Guerra de las Galaxias sino una realidad, que combate contra el conocimiento de la Verdad con mayúsculas.
El mensaje cifrado del Mesías “conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres” (Yohanan 8.31) contiene una referencia a nuestro tiempo, que está relacionada con la enseñanza del profeta Isaías, cuando nos dice ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! (Isaías 5.20)
La decisión es nuestra, pero también la vergüenza ante Dios y los hombres sino amamos y fomentamos el amor a la Escritura ¡Cuánto amo yo tu Ley! ¡Todo el día es ella mi meditación! (Salmo 119.97) Más claro tampoco te lo puedo decir. El que tenga ojos para ver que lea y el que tenga oídos para oír que oiga ¡El Cielo nos encuentre confesados!
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