Las tormentas de verano, fieles a su cita, han llegado despertándonos
de nuestros placidos sueños primaverales. Las tenemos aquí en medio de grandes
algaradas y haciendo una llamativa entrada de aguaceros, relámpagos, granizadas
e inundaciones. No fallan, las tormentas de verano antes o después protagonizarán
su particular acto de presencia. En el ámbito natural, emocional y espiritual
las tormentas de verano siempre cambian o trastocan nuestras vidas.
A la par que llegan las tormentas de verano, acompañándolas,
llegan las tormentas emocionales y espirituales. Cada año nos hacemos la misma
pregunta ¿Cómo afectará el calor a los llamados creyentes? ¿Nos afectan los cambios
climáticos, en el plano emocional y espiritual? ¿Qué impacto tendrán esta
temporada las tormentas espirituales? Cada año las mismas preguntas y las mismas
respuestas, aunque ciertamente las enfrentamos con mayor experiencia y con renovadas
dosis de paciencia.
Todos los años el calor sofocante irrita las emociones y
relaja los sentimientos espirituales. Todo parece indicar que con el calor nos
despojamos de ropa, de moralidad y de espiritualidad. Nos queremos relajar
tanto, después de un frio invierno, que nos vamos al otro extremo de la desinhibición
del cuerpo y del alma. Con la nombrada desinhibición, sea natural o espiritual,
se pierde el sentido de vergüenza, miedo y de respeto entre otras virtudes. El
verano nos despoja de todo incluso de aquello que nunca debería dejar de cubrir
nuestra alma y nuestros sentimientos espirituales.
El viejo hombre o mujer, empleando el lenguaje inclusivo,
salen despavoridos despojándose de virtudes, dones y buenas costumbres. El
calor deja muchas virtudes por los suelos convirtiéndolas en vicisitudes, que
tarde o temprano nos humillan y avergüenzan. Los deseos de una falsa libertad
nos impelen a dejar atrás las buenas costumbres y nos dejamos llevar por los deseos,
las corrientes dominantes y las extravagantes modas veraniegas. Al igual que se
derriten los helados caídos en el suelo, con las tormentas espirituales,
pasamos de un firme estado sólido a un inestable estado de deformidad, que acabará
evaporándose siendo pisoteado por todos. Cada año el mismo efecto se repite en
el mundo entero. El calor todo lo derrite, deforma y descompone incluso nuestra
forma de hablar.
El efecto más significativo y evidente de que estamos
afectados por el calor emocional, que las tormentas espirituales de verano provocan,
es el cambio en nuestra actitud que se manifiesta en la forma de hablar y
expresarnos. La aparente educación, amabilidad y buenas formas se pierden, con
absoluta rapidez. Los factores culturales brotan como agria cizaña, en medio de
los campos del buen trigo, que tanto tiempo llevamos cultivando. El ego se
desfoga y se da la bienvenida a esa especie de “república independiente de mi
casa”. El nosotros se convierte en Yo, con mayúsculas, y comienza el destructivo
proceso de emancipación de la Comunidad de Creyentes, en la cual estamos sabiamente
injertados. “No os engañéis: Las malas conversaciones corrompen las buenas
costumbres” (I Cor. 15.33)
El autoengaño es el mayor peligro, para aquellos que se
definen como creyentes. Una sinuosa forma de perder la identidad comunitaria,
para convertirse en una isla sin bandera conocida y reconocida. El proceso de
desintegración, en el sentido más absoluto de la palabra, afecta a todas las
áreas de nuestra vida natural, emocional y espiritual.
Los gritos de enojo sustituyen a las afables palabras de fe
y la silenciosa paciencia enmudece. Las hirientes frases del rencor, que durante
todo el año han estado almacenadas en el corazón, saltan cual gigantes embrutecidos
destruyendo todo lo sembrado. Los graneros del descontento abren sus puertas y
se pierde la buena semilla y los gramos almacenados para hacer buen pan. El
lenguaje se corrompe al igual que las buenas costumbres. La vulgaridad de las
quejas, de todo y de todos, ocupa el espacio dejado por las buenas acciones,
aquellas que el Cielo había preparado para nosotros. No dejes que una tormenta,
sea de la clases que sea, te arrastre al pozo de la desesperación, el
egocentrismo y la desidia.
No quisiera terminar esta enseñanza con este panorama, pero es
necesario ver el problema, para poder solucionarlo. Las tormentas espirituales
de verano son uno de los momentos más trágicos en la vida de los creyentes. La mayoría
de las deserciones, caídas, enfrentamientos, abandonos y despropósitos ocurren en
esta época natural del año. La sana intención es seguir analizando este tema en
las próximas semanas, posiblemente en medio de grandes tormentas, pero dejando
mientras tanto el consejo de la Escritura.
Las Buenas Costumbres, también con mayúsculas, como leer la
Biblia todos los días, orar, dar gracias a Dios y ayudar en el servicio de
nuestra congregación restituyen el buen ánimo y fortalecen la vida espiritual,
que el calor tantas veces derrite. La fresca sombra de la Escritura guardará
nuestra alma de morir de sed. Un sincero arrepentimiento, aunque no esté de
moda, debe surgir después de la tormenta, para asentar nuestros sentimientos y manifestar
un claro cambio de actitud y de actuación ¡Qué así sea!
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