Las tormentas de la desilusión


No hay mayor tormenta en la vida que perder la ilusión, por algo, por alguien o por las dos cosas a la vez. Los escenarios tormentosos pueden venir en cualquier momento, lugar o situación, en la que nos encontremos. La seguridad total no existe, pero la dependencia mutua como grupo y la confianza en los unos para con los otros, en el contexto de los Intereses Comunes y Comunitarios, nos guardan de los resultados catastróficos de vivir independientemente de los demás.

Los que han planeado su vida, consciente o inconscientemente, como si fueran “una república independiente” son los más vulnerables a los avatares y vaivenes de las tormentas de la vida. No existe el tiempo meteorológico perfecto al igual que no existe la perfecta sincronización de los sentimientos positivos y las frustraciones. Las ilusiones muertas conviene enterrarlas lo antes posible sino su hedor alcanzará tu vida. El ilusionarse de nuevo es una obligación moral y espiritual a la cual todos estamos llamados. Ilusionarse de nuevo es un Mandamiento.

El viaje de la vida no se puede hacer solo. La necesidad de una compañía idónea, personal, familiar y comunitaria es la clave para alcanzar con éxito la Tierra Prometida de la esperanza y la bendición. Los irresponsables, aquellos que se creen autosuficientes, miran la vida cómodamente sentados sin inmiscuirse, en las necesidades de los demás. La tormenta de la soledad y la desilusión no tardará en producirse en sus vidas. La mutua colaboración es una necesidad personal, que nos aporta visión y entusiasmo. Todos aquellos que carecen de empatía hacia el prójimo se convierten, tarde o temprano, en ermitaños del valle de la esperanza.


No estamos hechos para estar solos sino para estar acompañados y bien acompañados. Algunos confunden estar con alguien, por un sentido egoísta de soledad, con estar con aquellas personas que el Cielo ha elegido y puesto en su vida. La sinrazón de creernos mejores que los demás acabará en tormentosas aguas de borrajas. En otras palabras, que “no ha salido como uno esperaba y que el desenlace ha resultado decepcionante”. La decepción acompañada de desilusión son los relámpagos y los truenos de las mayores tormentas de verano de la vida.

Muchas veces queremos combatir la desilusión, que no es otra cosa que falta de fe, llenando nuestra vida de cosas y de “casis”. Aquellos “quiero y puedo” que nos desgastan las fuerzas espirituales, a base de perseguir sueños egocentristas. No hay sueños, ni visiones celestiales, eso es lo que nos imaginamos, que el Cielo no haya dado, para el bien común de todos los seres humanos. En otras palabras, todo lo que el Cielo nos da no es para nuestro exclusivo disfrute personal y me refiero específicamente a cosas, casas y casos.

Todo lo que proviene del Cielo está destinado a ser compartido y repartido, para que nadie diga que nos quedamos siempre con lo mejor. Los que no entienden esto no entienden el significado básico de la vida. Por esta razón no comparten ni reparten nada de nada. Vivir conforme a las prescripciones del Cielo es compartir y repartir. La expresión bíblica “dadles vosotros de comer” adquiere total sentido cuando la llevamos a la práctica. Todo lo demás es fachada espiritual carente de contenido espiritual.


Lo que trato de decirte no es para que le busques los tres pies al gato sino para que tomemos todos conciencia, de que nos necesitamos los unos a los otros. Los tan repetidos Intereses Comunes y Comunitarios se podrían quedar en las también nombradas aguas de borrajas si no tomamos acciones concretas, que fortalezcan nuestra causa común.

El buen lenguaje inclusivo debería sustituir el “yo” por el “nosotros”. Un lenguaje espiritual que sustituya el egocentrismo, por un sano sentimiento comunitario de esfuerzo mutuo. 

Las tormentas de la decepción y la desilusión no son más que una forma visible de la fe perdida, del amor tibio y el egocentrismo exuberante. Qué el Cielo nos libre de esas tormentas tan repetitivas, que aparecen en la vida. Ahora es tiempo de ilusionarnos compartiendo y repartiendo todas las bendiciones, que nos vienen del Cielo ¡Manos a la obra!

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