Vigésimo Aniversario de Labranza de Dios
En un frío mes de diciembre de 1997, en un pequeño y
desvencijado espacio alquilado, tuvimos una primera reunión, que marcó el
inicio de Labranza de Dios. Un tiempo de grandes cambios producto de una de las
muchas crisis, que cíclicamente se van dando. Un tiempo que también cambió
nuestra percepción, como familia, de cómo deberíamos servir al Eterno.
La antepenúltima crisis en este país la padecimos, unos con
mayor y otros con menor intensidad, hace unos siete años. Una crisis que ha
dejado a muchas familias en niveles, que podríamos definir, como de pobreza
¿Podemos aprender de las crisis? Sin duda que podemos aprender y para bien. Las
crisis, sean las que sean, son oportunidades que nos abren los ojos del
entendimiento y que nos llevan a tomar decisiones transcendentes en nuestra
vida. Las crisis hay que aprovecharlas para hacer buenos cambios y servir a los
propósitos del Reino de Dios.
Todas las crisis son iguales especialmente entre los que
padecen mayor desigualdad social. La primera crisis, a la que anteriormente
hacíamos referencia, nos afectó profundamente. Con tres hijos y unos
limitadísimos recursos nos dispusimos a servir al Señor, con lo que teníamos.
Mejor dicho, con lo que no teníamos. El llamado a servir a Dios nos llegó
cuando nada teníamos en nuestras manos excepto deudas ¿Se puede empezar a
servir al Señor teniendo deudas? La respuesta no es solo qué si se puede, sino
que además se debe servir al Señor, independientemente de la situación por la
cual estemos pasando.
La escasez o la abundancia no pueden ser impedimentos, para
servir a Dios. Los que no sirven al Señor cuando tienen escasez o deudas, tampoco
no lo harán cuando tengan abundancia. El mismo principio se aplica a la
inversa. Los que no sirven al Señor cuando tienen abundancia, tampoco lo harán
cuando padezcan escasez. No existe una situación perfecta en la cual podamos
servir, pero si debe existir un perfecto corazón dispuesto a servir a Dios bajo
toda circunstancia.
La abundancia es más compleja de sobrellevar, a la hora de
decidir servir al Señor, que la escasez. Los que tienen abundancia suelen creer
que son merecedores de ella y no quieren “complicarse la vida” sirviendo ni a
Dios, ni a los demás. La seguridad material, que aparentemente disfrutan
algunos es un gran impedimento, a la hora de tomar decisiones espirituales. Por
nuestra parte si algún impedimento teníamos no era desde luego el de la
abundancia. La escasez llamó a nuestra puerta y se quedó como incómodo huésped,
en nuestra también modesta casa. Nada teníamos y nada indicaba que las cosas
fueran a mejorar a medio ni largo plazo, pero con todo decidimos empezar una
pequeña Congregación.
Los años posteriores estuvieron cargados de trabajo,
esfuerzo, confrontaciones con el mundo y con algunos, que se hacían llamar hermanos.
La escasez era cada vez menor y milagrosamente llegada lo que necesitábamos,
para nosotros como familia y para cuantos se acercaban a nosotros. El milagro
de que el aceite no escaseara fue una experiencia continua por aquellos
momentos de bendición, en medio de la escasez. Unas vivencias que fortalecieron
nuestra fe y confirmaron el llamamiento del Cielo a servir. Los relatos de
aquel tiempo serían muy tediosos para compartirlos en esta ocasión, pero baste
decir que nos afirmamos, crecimos y sufrimos esperanzados, en las promesas que
habíamos recibido de lo Alto. No podemos ocultar que también sufrimos, pero un sufrimiento
incomparable al que experimentó Yeshua, el Mesías, en su peregrinaje por este
mundo.
Los años han pasado con una cierta rapidez y después de
veinte años seguimos interesados, motivados, dispuestos y disponibles, para
servir al Señor. Nuestra Comunidad se mantiene por la fidelidad inquebrantable,
y el esfuerzo genuino, de unos pocos que hacen un trabajo que muchos no estarían
dispuestos a hacer. Los proyectos que empezamos hace años se van concretando y
consolidando lentamente, pero sin pausa, y las perspectivas de futuro las
tocamos ya en el presente. Las familias que formamos Labranza de Dios aspiramos
a ser referentes a otras familias con las cuales compartir y repartir las
muchas bendiciones que hemos recibido del Señor, en todos estos años.
Labranza de Dios es una Comunidad Discipular implantada el
Judaísmo que el Mesías aprendió, estudió, practicó y enseñó. El discipulado es
parte esencial de la formación que compartimos a nuestros hijos y a cuantos son
fieles e idóneos, para formar parte de la nuestra Comunidad. La historia es
cíclica por lo tanto los mismos retos, logros e incluso algunos fracasos se van
repitiendo de generación en generación. Una historia de futuro que esperamos
esté llena de bendiciones si cuidamos de hacer lo que se supone, que debemos
hacer.
Todas las bendiciones del Cielo son condicionales y precisan de nuestra
decisión, esfuerzo, voluntad y servicio para que nos alcancen, a nosotros y a
nuestros hijos. La única herencia verdaderamente valiosa que podemos dejar a
nuestros hijos es la fe en el Señor. Un tipo de fe que exige obediencia y que
crece por la lectura y el estudio diario de la Biblia.
El llamamiento de servicio a Dios requiere de una especial
sensibilidad espiritual, un liderazgo ejemplar, una genuina fe y una
disposición total a seguir al Mesías. El estudio de la Escritura cambiará
nuestra comprensión espiritual y permitirá que entendamos el propósito de Dios,
para cada uno de nosotros. Una revelación que nos será dada a nosotros y a
nuestros hijos.
Las cosas secretas
pertenecen al Señor, nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para
nuestros hijos para siempre, a fin de que cumplamos todas las Palabras de esta
Ley” Deuteronomio 29.29
En este Vigésimo Aniversario de Labranza de Dios compartimos,
con todos vosotros, nuestra visión de vivir la fe en una Comunidad con
Principios establecidos en la Escritura. La pretensión que tenemos es alcanzar
a cuantos están a nuestro alrededor, con la lectura y el estudio de la Palabra
de Dios por medio de grupos de carácter familiar. El Mandamiento del Mesías,
que también nos ha dado a nosotros, es enseñar todo lo que Él nos ha enseñado.
La vida en el ámbito de nuestra Comunidad implica seguir las instrucciones
contenidas, en el Judaísmo de Jesús.
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