Satisfacción espiritual perdida (capítulo cuarto)
En el contexto de la serie La imprescindible formación de
Líderes Familiares hoy tratamos el tema de la satisfacción espiritual
perdida. El concepto que venimos estudiando de reconversión espiritual está relacionado
con el Proceso de Conversión e Integración en una comunidad de fe. Todo proceso
y reconversión, en cualquier ámbito que analicemos, requiere una sincera renovación
emocional, intelectual y espiritual.
La Escritura nos enseña, con toda transparencia, a renovarnos en el espíritu de nuestra mente. Una imprescindible renovación que exige un profundo cambio de mentalidad para alcanzar aquello a lo cual estamos llamados. La pregunta por consiguiente es determinar a qué estamos llamados como creyentes que formamos parte de una comunidad de fe.
El llamamiento que tenemos es cambiar el mundo empezando
siempre por nosotros, la familia y todos aquellos que forman parte del círculo de relación. No se puede pretender cambiar el mundo sin cambiar nuestro
particular mundo en el cual nos desenvolvemos. El concepto cambiar el mundo
se expresa en fonética hebrea como Tikum Olam que hace mención expresa a sanar,
restaurar, reparar, cuidar, transformar o cambiar el mundo. Un llamamiento que
exige dedicación, compromiso y nobles objetivos acordes a la voluntad de
Dios.
Las respuestas personales o comunitarias, que buscamos en la
vida, exigen entender el llamamiento a servir a Dios y al prójimo que todos los
seres humanos llevamos impreso en nuestro corazón. Un llamamiento que cada uno
de nosotros debe resolver de forma voluntaria. Lo que Dios quiere es una cosa y
lo que hacen los seres humanos es otra. El Cielo nunca nos forzará a servir,
pero siempre nos llamará a cambiar el mundo bajo la premisa inmutable de amar a
Dios y al prójimo. Una respuesta por nuestra parte que determinará de forma
contundente nuestro presente e inevitablemente nuestro futuro. Sin una
respuesta personal al llamamiento del Cielo, a cambiar el mundo con todo lo que
implica, seguiremos extraviados de la verdad dando vueltas en el desierto de la
vida.
El proceso de conversión e integración no es un camino cómodo, tranquilo y sin exigencia. El objetivo final del camino por el cual transitamos es alcanzar la transformación necesaria para encontrarnos con el Creador. Un concepto que también se entiende como alcanzar la Vida Eterna. El cambio integral que nos permita una futura relación directa con el Creador exige una sincera determinación de transitar por el Camino que el Cielo nos ha mostrado sin salirse a izquierdas o derechas y sin buscar atajos. La diferencia entre perdido y extraviado necesita ser entendida por todos nosotros. El perdido busca un camino mientras que el extraviado es aquel que se salió del Camino y que se dedica a buscar atajos que le faciliten llegar a una meta personal.
La puerta que conduce al camino de la Vida Eterna es difícil
de encontrar, aunque evidentemente no imposible. Una puerta, que al
igual que el camino, es angosta, estrecha y difícil de visualizar con
los ojos naturales. Los discípulos del Mesías le preguntaron: Señor, ¿son pocos
los que se salvan? Él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta,
porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Lucas 13.23–24.
La puerta angosta que conduce al camino angosto o estrecho que lleva a la Vida Eterna es difícil de encontrar por los medios de orientación
natural que todos tenemos. El camino a la Vida Eterna está franqueado por una
puerta angosta que precisa de nuestro personal esfuerzo para poder entrar. El
diccionario define franquear como “pasar de un lado a otro venciendo un
obstáculo o una dificultad”. No es fácil pasar por la Puerta que lleva al
camino que conduce a la Vida Eterna. Cuando hablábamos en el capítulo anterior
de los extraviados de la verdad nos estábamos refiriendo a los creyentes que
habiendo encontrado el camino son obstáculos para que otros puedan encontrar la
puerta angosta y el camino igualmente angosto, que conduce a la Vida Eterna.
“Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por
ella; pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y
pocos son los que la hallan.” Mat.7.13-14
Los extraviados de la verdad son creyentes que se acomodaron
y conformaron con llegar al Camino. Una vez cumplidas sus expectativas y metas
personales se convirtieron en tropiezo para otros a lo largo del mencionado camino. Unos supuestos
creyentes que lejos de ser guías para otros se han convertido en obstáculos infranqueables en el camino. Una especie que lejos de
extinguirse se reproduce y que de forma sedentaria viven sin pensar en los
demás. Una vez que alcanzaron sus metas personales dejaron de sentir compasión
por los perdidos y se dedicaron a la contemplación mística de la Verdad
revelada por el Señor.
"La diferencia entre perdido y extraviado necesita ser
entendida por todos nosotros. El perdido busca un camino mientras que el
extraviado es aquel que se salió del Camino y que se dedica a buscar atajos que le faciliten llegar a una meta personal"
En el Camino de la Vida Eterna no hay atajos y mientras no
entendamos esto seguiremos dando vueltas y vueltas sin encontrar la necesaria
satisfacción espiritual que todos deberíamos anhelar. Una búsqueda de satisfacción
espiritual que en los extraviados de la verdad puede llegar a durar toda la
vida y que nunca llegarán a encontrar.
La única manera de encontrar la mencionada satisfacción
espiritual es cumplir la misión que se nos ha encomendado sin salirnos del
Camino. El llamamiento que recibimos del Cielo, todos nosotros, es ayudar en el
proceso de salvación a cuantos se dirigen a una más que certera condenación. La
puerta de la salvación eterna es angosta y pocos son los que la encuentran. En
contraposición el camino a la condenación es espacioso y son muchos los que transitan sin considerar las señales de advertencia de peligro de muerte.
Una de las responsabilidades que tenemos es guiar a otros en
el proceso de encontrar el Camino. Aquellos que se han conformado a vivir sin
mayores preocupaciones que la de su propio bienestar material y espiritual no
podrán encontrar la buena y necesaria satisfacción espiritual de la cual
estamos hablando.
“El justo es guía para su prójimo, pero el camino de los
malvados los hace errar” Prov.12.26
Con una sencilla mirada a nuestro pasado apreciaríamos y
anhelaríamos los días de esfuerzo en los cuales trabajábamos para el servicio
de Dios y para guiar al prójimo. La satisfacción espiritual y emocional de
servir al prójimo nos hace perseverar produciendo buenos frutos. Los
indolentes, aquellos que no hacen lo que deben, tampoco se duelen por el estado
de otros ¿Podríamos sentirnos bien y ser eficaces en nuestro llamado sin
compadecernos de los que están perdidos y de los que están extraviados? Como
siempre las respuestas están dentro de nosotros.
La satisfacción espiritual está inevitablemente ligada a la
capacidad que mostremos, en forma ejemplar, de ser diligentes en todo el
trabajo que tenemos que realizar sea en el ámbito que sea. Una aseveración, a
tener en cuenta, es saber que si no te sientes como quieres es porque no haces
lo que debes. Dicho de otra manera, si no te sientes como debes es porque haces
lo que quieres. No seamos indolentes sino dolientes con el sufrimiento de un
mundo que está perdido y que precisa de referentes comprometidos con los
Principios y Demandas del Reino de Dios aquí y ahora.
El indolente ni aun asará lo que ha cazado; precioso bien
del hombre es la diligencia. En el camino de la justicia está la vida; en sus
sendas no hay muerte. Prov. 12.27–28
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