Simjat Torá el deleite que nos hace prosperar
En medio de una pandemia que está afectando a toda la
humanidad tenemos que seguir celebrando las Festividades que se nos enseña en
la Escritura.
En vísperas de celebrar la conocida fiesta de Simjat Torá,
que se traduce como la Alegría de la Torá, nos preparamos para terminar el
ciclo anual de lectura de la Biblia y empezar uno nuevo. Una práctica emocional
y espiritual a lo largo de nuestra vida.
La alegría siempre está relacionada con acción que por lo
general se manifiesta de forma ostentosamente visible. Las multitudes que
acuden a ver a sus equipos favoritos en el ámbito deportivo manifiestan su
alegría por los triunfos conseguidos con explosiones de júbilo. Los gritos, los
saltos y los abrazos son las señas de identidad de aquellos que están
presenciando un cierto evento. Una manifestación externa de su alegría. Todas
las manifestaciones de júbilo o alegría hacen que nuestro cuerpo lo exteriorice
con movimiento.
Las metas u objetivos que nos marcamos necesitan la
conjunción de ciertos elementos básicos para ser alcanzados. La fe y la alegría
son esos elementos básicos que se precisan para llegar a toda meta digna de ser
alcanzada. La lectura de la Biblia produce la fe y la alegría necesarias para
alcanzar las buenas metas que el Cielo ha preparado para todos nosotros. La fe
y la alegría van inseparablemente unidas en el proceso de crecimiento íntegro
que la vida exige.
"Una formación por medio de la Escritura que implica leer, meditar, memorizar, estudiar, vocalizar, practicar y enseñar por este orden"
La propia Escritura nos instruye de forma absolutamente
clara que la lectura bíblica es el distintivo, entiéndase también la seña de
identidad, de todos aquellos que se definen como hijos de Dios. Un distintivo
que precisa continuidad para seguir creciendo y ser útiles en el servicio a
Dios y al prójimo. La alegría que produce la lectura de la Biblia se traduce en
bendita delicia para el cuerpo, la mente y el alma. Una delicia que nos hará
creativos, productivos y fieles administradores de cuantas cosas el Cielo ha
puesto en nuestras manos. La diferencia entre los que andan en consejo de malos
y los que se deleitan en hacer el bien es absoluta se mire como se mire.
“Bendecido el varón que no anduvo en consejo de malos, ni
estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino
que en la Ley de Dios está su delicia y en su Ley medita de día y de noche” Salmo
1.1-2
Los bendecidos son aquellos que se deleitan en la Ley de
Dios y en su instrucción de día y de noche ¿Qué significa que se deleitan de
día y de noche? Que están siempre recibiendo la sabiduría que viene de lo Alto,
por medio de la Escritura, para enfrentarse al reto de vivir. La necesidad que
todos tenemos es ser enseñados para vivir conforme a los Preceptos Eternos que
el Cielo ha establecido. Unos Preceptos o Mandamientos de carácter universal
que son los que mantienen la existencia y que deben configurar lo que somos
como seres humanos.
“Vengan a mí tus misericordias para que viva, porque tu Ley
es mi delicia” Salmo 119.77
Las misericordias del Cielo son bendiciones manifestadas en
la tierra que están preparadas para todos aquellos que buscan la Verdad. Unas bendiciones
enfocadas a que entendamos cual es la Voluntad de Dios. La instrucción, por
medio de la Escritura, nos permite entender y poner por obra todo lo que el
Cielo espera de cada uno de nosotros. La instrucción espiritual forma parte
inseparable de la formación que todos los seres humanos deberían tener. Una
formación por medio de la Escritura que implica leer, meditar, memorizar,
estudiar, vocalizar, practicar y enseñar por este orden.
"Los jóvenes deben ser instruidos desde niños con la Escritura para que su crecimiento sea el apropiado"
La Torá, el Tanaj, la Escritura, el Brit Hadashá o en
términos más conocidos la Biblia se transmite por la familia de padres a hijos
y de abuelos a nietos. La instrucción bíblica enseñada prioritariamente en el
contexto de la familia es el deleite que todos nosotros debemos buscar por
nuestro bien y el de todos cuantos convivimos en el entorno familiar y
comunitario. La sólida formación bíblica debe ser compartida y repartida entre
todos proveyendo de alegría y bendición a nuestros respectivos hogares y comunidades.
La gran tragedia de nuestro tiempo no son solo las
pandemias, las catástrofes naturales, las guerras o las hambrunas
internacionales sino también la falta de instrucción familiar a nuestros hijos
y nietos por medio de la Escritura. Una situación que solo nosotros, entiéndase
cada familia, puede revertir.
La Comunidad que representamos en su conjunto debe aspirar a
formarse en todos los niveles y en todas las edades. Los jóvenes deben ser
instruidos desde niños con la Escritura para que su crecimiento sea el
apropiado. Unos jóvenes que también deben a su vez ayudar en la formación de
los más pequeños con las palabras sabias de la Escritura y con el noble ejemplo
que deben exhibir como distintivo de su fe en Dios.
“…persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste,
sabiendo de quién has aprendido y que desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras…” 2ªTim.3.14-15
El aprendizaje de las Sagradas Escrituras, la Biblia en su
conjunto, han de producir la necesaria persuasión para alcanzar los objetivos
que el Señor tiene para todos los seres humanos. Una persuasión que se forma en
base al sólido fundamento de la Escritura aplicada a nuestra vida. Lo que Dios
quiere, entiéndase la voluntad de Dios, es que todos los seres humanos se
salven de esta forma de vida vana que impone el mal y todas sus huestes.
La Escritura es el sólido fundamento que vence toda mala
influencia de la cual pudiéramos contagiarnos. No hay mejor vacuna contra la
perniciosa influencia del mal que el amor a Dios, la sabiduría que viene de los
Alto por medio de la Escritura y la adquisición del nivel de fe milagrosa que
nos permite creer con los parámetros del Cielo. Unos parámetros que nos harán
también actos para amar al prójimo tanto como a nosotros mismos.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” 2ªTim.3.16-17
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