Los propósitos del año nuevo quitar lo malo antes de poner lo bueno

En la temporada anual que hemos llamado año nuevo solemos hacer nuevos propósitos que en la mayoría de los casos acaban siendo solo buenas intenciones.

Las buenas intenciones son pensamientos positivos que de no realizarse se convierten en pensamientos negativos por lo que quise hacer, pero no pude. Todos tenemos la capacidad de hacer muchas cosas; de realizar grandes sueños o de pensar en mejorar, aunque no siempre los llevamos a la práctica. 

Los pensamientos positivos son una especie de propósitos de enmienda que nos anima a mantener la esperanza de que podremos cambiar y mejorar. El poder para llevar a cabo ciertos proyectos depende básicamente del esfuerzo que pongamos para alcanzar una cierta meta; la fe que empleemos y el orden en que lo hagamos.

Todo cuánto pensemos alcanzar en nuestra vida siempre empieza por quitar algo. La palabra clave que vamos a emplear está relacionada con el verbo quitar. Si queremos mejorar algo tenemos que quitar algo en primer lugar. Si queremos construir tenemos que quitar los escombros antes de levantar un edificio nuevo. Si queremos cambiar nuestra forma de pensar tenemos que quitar todo aquello que nos impide pensar bien y actuar en consecuencia. Los pensamientos que tenemos y mantenemos son en parte consecuencia de la influencia de nuestro medio ambiente de relaciones personales.

La restauración de nuestra vida necesita primeramente quitar todo peso emocional que nos impide ser activamente positivos. Las personas con las que nos relacionamos tienen mucha importancia en los pensamientos, las actitudes y las acciones que mantendremos a lo largo del día, del mes y del año. El conocido refrán dime con quién andas y te diré quién eres tiene un fondo de verdad que no deberíamos ignorar.

Todos nosotros somos parte de un grupo de personas con las cuales nos relacionamos a diario que nos influyen y que a la vez influimos positiva o negativamente. La importancia que tiene mantener relaciones personales en un cierto grupo con buenas motivaciones, sanos proyectos y visión de futuro determinará en gran parte que diseñemos y alcancemos los buenos propósitos que nos marquemos en todas las épocas del año.

El orden acertado para establecer buenos objetivos es empezar por quitar de nosotros mismos lo que no quisiéramos que otros pongan en nosotros. Lo primero que hay que quitar está en nosotros y no tanto en los demás. Analicemos someramente aquello que se le dice a Josué para vencer a los enemigos internos y externos.

“Levántate, santifica al pueblo y di: Santificaos para mañana, porque el Señor, el Dios de Israel, dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros” Jos.7.13

Lo primero que se le dice a Josué es que se decida a tomar una acción determinante para él y para el pueblo que estaba guiando. La expresión levantarse implica acción, pero no meramente en el plano físico sino acción de carácter con una firme decisión de cambiar las cosas. Lo primero es firmeza de carácter para cambiar lo que sea necesario cambiar. No podemos cambiar nada, ni a nadie, ni a nosotros mismos sin una firmeza de carácter que implica un fuerte deseo de cambio, pero siempre empezando por nosotros mismos. No pretendamos cambiar nada sin quitar todo lo que nos impide hacer lo que debemos. La falta de firmeza en las decisiones a tomar es un escombro emocional que nos impedirá levantarnos y edificar.

El concepto “santifica al pueblo” da a entender que Josué ya estaba santificado que en otras palabras significa que ya había dado el primer paso de afirmación del carácter. Josué estaba preparado al quitar de su vida la indecisión de carácter y el miedo al fracaso. Lo que muchas veces nos impide triunfar es “simplemente” el miedo a fracasar. El que tiene miedo a fracasar ya ha fracasado antes de empezar aquello que se había propuesto.

El peor enemigo está dentro de nosotros o en nuestro grupo de relación que pudieran ser aquellos que todo les parece difícil, imposible y arriesgado de emprender. Lo más arriesgado en la vida es no emprender lo que anhelamos alcanzar. En este caso todo un pueblo estaba varado en las arenas movedizas de la apatía pues algunos habían sobrepasado la línea roja de la obediencia a Dios. La responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros es la de no ser un impedimento para los demás.

Una sola persona puede arrastrar a muchos al desastre cuando no está consciente, o no quiere estarlo, de la influencia negativa que está ejerciendo en un cierto grupo ¿Qué es lo primero en este caso que hay que cambiar? Lo primero que hay que quitar es el protagonismo personal, el orgullo y la falsa creencia de que lo sabemos todo siendo los demás los que están equivocados. El orgullo de creernos mejores que los demás es en realidad una maldición generacional que se traspasa de unos a otros. La responsabilidad de un líder es identificar quién o quienes están influyendo negativamente en un cierto grupo o colectividad. En algunos casos se puede corregir la situación, pero en otros no depende de nosotros. Hay cambios en los demás que no dependen de nosotros. Lo que depende de nosotros es la firmeza de carácter y actitud de no dejarnos arrastrar por lo que otros digan o hagan.

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” Rom.12.17-18

Los buenos líderes se rodean de buenas personas que saben más incluso que el propio líder. Las ansias de protagonismo y los complejos de superioridad o inferioridad son la causa de muchos problemas a nivel personal, familiar o comunitario. Los que aman a su pareja, familia y comunidad siempre estarán dispuestos a quitar lo que sea necesario quitar por el bien común de los demás. No implica que no tengamos personalidad lo que significa es que tenemos la capacidad de autoevaluación para estar dispuestos a quitar de nosotros todo lo que hace daño a los demás ¿Qué es difícil? Naturalmente que lo es ya que por lo general no estamos dispuestos a reconocer que estamos equivocados a menos que suceda algo en nuestra vida que produzca una profunda reflexión como puede ser una enfermedad, accidente o una grave pérdida financiera que nos deje en la ruina. Cuando estamos en banca rota moral, espiritual y material las cosas empiezan a verse de otra manera y solemos ser más sensibles a las necesidades ajenas. Aquí se demuestra que todo cambio empieza por quitar o perder aquello que nos hacía sentir orgullosamente seguros.

Los mejores entrenadores y consejeros siempre dirán que en un equipo tiene que existir unanimidad de acción y convicción. La firme decisión no puede ser un elemento aislado en un cierto grupo o familia sino un distintivo que hace sobresalir a la totalidad del grupo de la mediocridad a la cual nos estamos acostumbrando. La advertencia es clara cuando se nos dice “no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”. Todo lo que pretendamos construir precisa quitar lo malo antes de pretender poner lo bueno. En familia, en grupo o en comunidad lo primero es quitar antes de poner. El peso que genera mantener una actitud negativa y arrogante nos afecta a nosotros y a los demás.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” Heb.12.1

Tres cosas ven los demás de nosotros, aunque nosotros no lo queramos ver. En primer lugar, la carga que llevamos a nuestras espaladas. Las preocupaciones sean del tipo que sean son cargas que no podemos esconder. El rostro nos delata por mucho maquillaje con el cual pretendamos ocultar la carga que soportamos. Lo mejor que podemos hacer es reconocer que tenemos esa carga que nos está impidiendo caminar con la cabeza erguida y seguros de lo que estamos haciendo.

En muchos casos esas cargas no son ni más ni menos que algo malo que hemos hecho y que nos pesa en la conciencia como una losa sobre una tumba. Lo malo que hacemos no solo nos pesa, sino que también nos tiene asediados por todos los lados evitando que podamos ver la salida a nuestro problema ¿Cómo quitamos el peso que soportamos y la preocupación de no saber cómo salimos de un cierto problema? Lo hemos dicho repetidas veces que necesitamos restituir dentro de lo posible el mal hecho pidiendo perdón a cuantos hemos dañado con nuestros dichos y hechos.

No podemos ser un equipo, empresa, grupo, familia o comunidad sin reconocer el mal hecho pidiendo perdón y restituyendo dentro de lo posible el honor quitado a otras personas. Una persona afectada por la carga emocional de saber que ha hecho algo que está mal se sentirá acorralada y manifestará una actitud de impaciencia, nerviosismo visible y evidente ante los demás. No podemos tener paz cuando en nuestro interior estamos en guerra contra nuestra conciencia y contra los demás a los cuales hemos dañado. La actitud de impaciencia que mantenemos frente a los demás delata nuestras cargas, asedios y preocupaciones.

“Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” Sant.5.16

No hay sanidad de ningún tipo sin confesión, restitución del mal cometido y orar de forma eficaz que siempre implica pensar en los demás y como restaurar lo que hemos dañado. El concepto despojarse de todo peso es sinónimo de quitarse todo peso de encima. El gran lastre o peso que arrastramos a nivel personal es la falta de firmeza, esfuerzo, ayuda mutua, coordinación, entusiasmo y fe.

El alcanzar los buenos propósitos que nos hemos marcado tiene que ver con quitar algo, sea lo que sea, antes de pretender poner algo ¿Qué escombros emocionales tenemos que quitar primero en nuestra vida? ¿Identificamos quiénes pudieran ser un pesado lastre que nos desanima? ¿Pudiéramos ser nosotros mismos el lastre que impide que el grupo alcance las metas propuestas? Hasta que no quitemos lo que nos estorba, sea lo que sea, no obtendremos la victoria y nos quedaremos tan solo en buenas intenciones que al final serán frustraciones, desánimos y apatías.

En resumen, no podremos vencer a nuestros enemigos internos y externos sin que previamente hayamos quitado lo que nos impide alcanzar los buenos propósitos a nivel personal, familiar y comunitario. Los proyectos de año nuevo siempre empiezan por quitar algo malo en nosotros mismos antes de pretender poner algo bueno. Así es el orden de acción y actuación.

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